domingo, 2 de maio de 2010

Os lugares que somos

A revista de domingo do El País tem alguns dos meus cronistas preferidos, todos entre os melhores do mundo, nesta difícil arte de falar de temas quotidianos reais com as armas da ficção. Desde há muitos anos, os meus domingos são sempre mais especiais quando entram nele as palavras de Rosa Montero, Javier Cercas, Javier Marias, Juan José Millás ou Maruja Torres. Esta última, decana do jornalismo espanhol, vive em Beirute há vários anos. Ou melhor, vivia: Maruja vai regressar à sua Barcelona e conta hoje, em Os lugares que fomos, como é doloroso ver vazia a casa que foi sua durante tanto tempo. E abandonar, também, quem ela foi, naquela cidade.

Acaricio el vacío. Los amigos se han llevado los objetos que acumulé durante los últimos años, los jarros de cristal y los espejos comprados en Damasco, las lámparas adquiridas o heredadas de otros que también se marcharon de esta ciudad. Quedan los muebles que venían con el apartamento y que me apresuré a cubrir con tapices. Ahora también están desnudos, no son míos. Yo no pasé por aquí, puedo decirme.
Acaricio el vacío. Recuerdo quién fui aquí y qué fue este lugar que fue yo misma desde el primer momento en que pisé las baldosas hidráulicas y me vi circundada por ventanas y balcones. El aire entraba por todas partes, era la casa del aire y también de la fragilidad, la mejor casa que se podía tener en Beirut para habitar en lo precario. Cuando la ciudad se ponía bronca –ninguna tontería: con RPG al hombro–, no hace demasiado tiempo, la casa temblaba y yo me sentaba a hablar con los amigos por teléfono o a pintarme las uñas. Nada entretiene más a una –o a uno, puesto el caso–, en esos momentos en que no puede hacer nada por salir de su situación de conejo atrapado, que pintarse las uñas. Y acertar, claro.

Ustedes han vivido también, sin duda, esta sensación. La de abandonar un lugar en el que alcanzamos cierta plenitud, y comprender que la persona que ocupe nuestra plaza ni siquiera sabrá quiénes fuimos, ni apreciará la huella de tantas risas y lágrimas como goteamos… Cuando esa persona despierte, ¿lo hará por el zumbido del despertador, la voz de un locutor de radio? ¿O, como yo, dejará las contraventanas abiertas para que sea la luz, acompañada por el diálogo de los pájaros, lo que le abra el día, poco antes de que se reinicie al cotidiano apocalipsis de las excavadoras?

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